lunes, 5 de abril de 2010

La salud, los blancos y no blancos en EE UU.

Opinión| 30 Mar 2010

La marea parda
Por: Andrés Hoyos

Es difícil contemplar la virulencia que rodeó a la reciente reforma del sistema de salud americano y presumir que la disputa sea solo sobre una ganancia electoral potencial o sobre dinero. No, allí hay mucho más en juego.

El establishment blanco, anglosajón y protestante, los llamados wasp, constituían hasta hace cincuenta años lo más cercano a una –¿raza?, ¿civilización?– triunfante sobre la faz de la Tierra. Habían diezmado, arrinconado y luego caricaturizado a los dueños originales del país, le cercenaron a México dos millones de kilómetros cuadrados sin apenas despeinarse y se valieron de esclavos negros para explotar sus plantaciones al menor costo posible.

Ya en el siglo XX cimentaron su poderío planetario con una participación mesurada y eficaz en las dos guerras mundiales que Europa, y luego Asia, se sirvieron decretar a modo de suicidio colectivo. Así, cuando Eisenhower era Presidente, el mundo yacía a sus pies, con la misteriosa excepción de la URSS. Los americanos no tomaban a esta rival a la ligera pero presumían poder vencerla, como vino a comprobarse treinta años después. El país crecía a tasas espectaculares y su vertiente del capitalismo parecía invencible. Yo propongo que esta visión del sueño americano es el telón de fondo sobre el cual se proyectan hoy fenómenos como la reforma al sistema de salud. Los wasp auguran un futuro catastrófico. Temen, con razón, que los tiempos del Destino Manifiesto no volverán.

A despecho de ciertas premoniciones, los wasp no esperaban que la amenaza definitiva para su versión del sueño americano surgiera del caldero local. Se citaba en estos días una estadística significativa: de cada 100 bebés que nacen hoy en E.U., 48 no son blancos, mientras que en 1990 la cifra era de 37. La proporción pronto pasará del mágico 50%, después del cual el parteaguas racial será un hecho consumado: estamos ante la marea parda, el peor temor del establecimiento wasp.

La estratificación política del país es sorprendente: los billonarios, sobre todo los recientes, tienden a pertenecer al Partido Demócrata, quizá porque el dinero a raudales extrae a cualquiera del sesgo estadístico, mientras que los presidentes y altos ejecutivos de las compañías suelen ser republicanos, más que todo por afinidad con la política económica del partido. Los teapartiers pertenecen a las clases media y media alta blancas. Son ellos quienes más amenazados se sienten por la reforma sanitaria de Obama, a la que se oponen de patas y manos.

Lo grave para la clase media wasp es que la reforma da seguridad a dos sectores problemáticos: los pobres y los pardos, ambos graves amenazas a sus ojos. Los primeros porque recibirán subsidios pagados con los odiados impuestos y porque las concesiones a la pobreza desmoralizan a sus huestes acostumbradas a una vida luchada; los segundos porque al adquirir derecho a salud adquieren para siempre certificado de ciudadanía plena, sellándose así la temida sociedad plurirracial. Los wasp saben que reformas como ésta no tienen vuelta atrás y eso los aterroriza.

El triunfo de la reforma, por eso mismo, constituye un golpe fatal contra el fanatismo. Además, la seguridad suele instalar la complacencia en la gente, y a los complacientes no les gusta seguir las guerras. Obama, según esto, se acaba de anotar un triunfo histórico.

PS: escrita mi columna, leo un argumento casi igual al mío, aunque más prolijo, de Frank Rich en el New York Times.
http://www.nytimes.com/2010/03/28/opinion/28rich.html?src=me&ref=homepage
andreshoyos@elmalpensante.com

domingo, 4 de abril de 2010

Tengamos Piedad con Piedad

Opinión| 30 Mar 2010
Gracias a Piedad
Por: Cecilia Orozco Tascón

HOY EL PAÍS DEBERÍA HACERSE EL propósito de no volver a insultar a Piedad Córdoba.

Algún agradecimiento merece esta mujer por cuya terquedad y esfuerzo casi solitario, varios colombianos han recuperado su libertad. Aún admitiendo que a Córdoba se le ha ido la mano en ocasiones —sobre todo cuando entabla relaciones políticamente incorrectas—, un día sus críticos más feroces tendrán que reconocer que sacrificó buena parte de su tranquilidad, de su seguridad y de su prestigio por rescatar a los secuestrados de las Farc en contravía de un mandatario superpopular que la acosaba con sus intimidantes declaraciones. De acuerdo: la historia le cobrará a la guerrilla, más temprano que tarde, sus métodos cavernícolas. Pero esa realidad no eliminará la otra, la de quien teniendo las riendas del poder, solo entorpeció las posibilidades de regreso incruento de sus compatriotas. A estas alturas nadie se come el cuento de que el presidente Uribe “facilitó” las liberaciones o que “no se opuso” al acuerdo humanitario, como dijo hace unos días con desfachatez.

Pero volvamos al punto. A Córdoba se le ha dicho de todo; se la humilló por su raza y por su género. Se le enrostró su clase y se la discriminó por sus ideas. Hasta el liberalismo la ha hecho a un lado disimuladamente, porque se sintió incómodo en su compañía. Piedad no es perfecta. Ha cometido errores, unos de ellos como producto de su falta de cálculo político. Sin embargo, hay una tacha que no se le podrá repetir: la de que utilizaba las liberaciones para su provecho electoral. En efecto, muchos comentaron con desprecio que Córdoba abusaba con cinismo del dolor del secuestro.

Cuando haciendo eco de esa objeción, ella pidió que las liberaciones de Moncayo y Calvo se produjeran después del domingo de elecciones, le volvieron a caer. Aseguraron entonces que la congresista no tenía el derecho de atrasar el proceso. Malo porque remaba y malo porque dejaba de remar.

Pero la jornada de las votaciones terminó dándole la razón: ni uno de los políticos liberados con el concurso de la parlamentaria hizo campaña por ella, o siquiera pronunció una frase que indicara que había que ir a las urnas por la gestora de su libertad. Eduardo Gechem, Consuelo de Perdomo, Clara Rojas, Orlando Beltrán y Luis Eladio Pérez, todos liberados después del intenso trabajo de Piedad, adelantaron sus propias campañas y no dijeron nunca una palabra, antes de las elecciones, a favor de su benefactora. Todo lo contrario: pasaron a ser sus rivales en la batalla por la conquista de los votantes. Íngrid Betancur y su madre, Yolanda Pulecio, no la recuerdan para enviarle un simple saludo. Íngrid fue rescatada durante la operación Jaque. No obstante ¿cuánto tiempo llevaba la senadora acompañando a Yolanda de día y de noche?

Tampoco se le oyó un “voten por Córdoba” a Sigifredo López, ocupado en sus propios deseos electorales; o a Alan Jara, quien siendo el más grato, no movió más que el dedo meñique a favor de ella. Gloria Polanco tampoco dijo esta boca es mía… Ninguno sacrificó sus propios intereses por los de la parlamentaria liberal. ¡Ni siquiera el profesor Moncayo que aspiró a llegar al Congreso con el Polo y no con Piedad! ¿Dónde estaba, pues, el oportunismo que tanto se le endilgó a esta dirigente para atacarla? Gústenos o no, es gracias a la aguerrida senadora —y no a la Seguridad democrática— que unos cuantos colombianos viven de nuevo al lado de sus padres, esposas e hijos. ¡Qué pena, pero esa verdad no se puede ignorar!

Cecilia Orozco Tascón

¿Mineria Sostenible?

Opinión| 30 Mar 2010

¿Minería Sostenible?
Por: Juan Pablo Ruiz Soto

EN ESTE MOMENTO DE LA HISTORIA de Colombia, cuando la minería es eje de la propuesta económica del Gobierno y cuando las concesiones mineras tanto a nacionales como a extranjeros se han multiplicado por todo el territorio nacional, vale preguntarse si es posible la minería sostenible, cómo puede relacionarse la minería con el desarrollo sostenible o si la minería solo significa extración y agotamiento de la base de recursos naturales sin beneficio local y con importantes impactos ambientales negativos.

La minería sostenible no existe. Por definición es la extración de recursos naturales no renovables y esto niega la posibilidad de una minería sostenible. Esto no significa que no existan diversas formas de hacer minería, unas de alto impacto, por su efecto destructivo sobre el medio social y natural, y otra de bajo impacto. Cosa distinta al impacto ambiental del proceso extractivo es lo que se hace con los recursos económicos que surgen de la actividad minera y cómo éstos se relacionan o no con actividades de desarrollo humano sostenible. Países con similares riquezas mineras generan procesos de desarrollo completamente distintos, que dependen del uso que se da a las rentas mineras, y construyen, o no, la posibilidad de apalancar el desarrollo sostenible con recursos provenientes de actividades extractivas.

Poseer recursos minerales y hacer uso de ellos, no es per se una actividad negativa. Al contrario, puede ser fuente de riqueza y apoyar el bienestar humano sostenible. Muchos de los países nórdicos han basado su desarrollo económico y social en el hallazgo y explotación de recursos mineros. Otros, por el contrario, han generado destrucción y conflicto social, como en Papua Nueva Guinea con la explotación de la mina de oro a cielo abierto más grande del mundo, que para las comunidades locales solo ha generado destrucción, aislamiento y pobreza. Nuestro vecino Venezuela, históricamente, desde mucho antes que Chávez, ha explotado sus recursos mineros para incrementar su consumo y muy poco para invertir en la formación de capital humano y productivo. No ha priorizado la planificación económica y social de largo plazo para garantizar su desarrollo como sí lo han hecho países como Suecia y Finlandia entre otros. En América Latina, Chile por lo menos tiene una regla fiscal que le permite ahorrar cuantiosos recursos durante los boom mineros para gastarlos en las épocas de vacas flacas.

El efecto de la minería depende de cómo se realice la actividad y cómo se enmarque en una propuesta de política económica y social de largo plazo. Dado que los recursos mineros al ser explotados se agotan, los beneficios de su explotación deben programarse a largo plazo.

A nivel nacional y regional, el ordenamiento ambiental es una herramienta que permite armonizar el desarrollo minero con el de otros sectores económicos y sociales. En muchos casos, si hacemos minería estamos destruyendo recursos naturales y valores sociales de gran importancia. Este parece ser el caso de la explotación minera que está en trámite en el Distrito de Manejo Integrado (DMI) del Salto del Tequendama, al cual se oponen los pobladores de los municipios que forman parte de él. La evaluación ambiental y social que se exige para tramitar la licencia minera debe validar o negar la explotación del recurso natural no renovable.

Las regalías son una forma de redistribución de los beneficios de la minería, pero en muchos casos la ubicación o el procedimiento mediante el cual se adelanta la minería puede significar un costo social y económico negativo mayor que los beneficios de la actividad minera.

La legislación colombiana tiene herramientas jurídicas que permiten negar o revocar una licencia minera, si se demuestra que su impacto ambiental y social así lo amerita. Esto es lo que puede suceder en el DMI del Tequedama, donde los valores ecológicos, paisajísticos, sociales y económicos pueden verse destruidos por una actividad minera mal ubicada. Este es un caso donde se pone a prueba el mandato institucional que tiene al CAR de propender, como dice la ley 99 de 1993, por el desarrollo sostenible y la protección del medio ambiente.

Hay minería de minería y el reto queda planteado, no solo para las autoridades ambientales, sino también para las organizaciones sociales y las autoridades locales que tienen cómo actuar con contundencia legal en la defensa de sus legítimos intereses.
 Juan Pablo Ruiz Soto

La Salud en EE UU y Obama

Opinión| 30 Mar 2010

Salud a Obama
Por: Daniel García-Peña
CON LA REFORMA DEL SISTEMA DE salud, el presidente Obama logró lo que muchos antecesores habían intentado sin éxito.

Gracias a la nueva Ley, más de 32 millones de estadounidenses que no cuentan con ninguna clase de cobertura podrán por fin acceder a los servicios de salud. Así, Estados Unidos abandonará su poco honrosa posición como única potencia industrializada que no les brinda seguro de salud a sus ciudadanos. Su importancia se equipara a la Ley del Seguro Social de 1935 y la Ley de los Derechos Civiles de 1964, las más significativas reformas sociales del siglo XX. Obama cumplió su más importante promesa electoral y se anotó un gran éxito en su aún joven presidencia.
No fue nada fácil. A pesar de haberle dedicado más de un año a la conquista del apoyo bipartidista, ni un solo republicano votó a su favor y 34 congresistas de su propio partido votaron en contra. Tuvo que excluir el uso de dineros públicos para la realización de abortos, como concesión a los seis demócratas antiaborto. Al final, la votación fue reñida: 219 a favor y 212 en contra. Y el país se encuentra igualmente dividido.

El día de la tan esperada votación, centenares de manifestantes protestaron en frente del Capitolio, insultando a gritos a los congresistas demócratas que llegaban uno por uno a su trascendental cita. El simbolismo no pudo haber sido más fuerte: los mayores abucheos fueron contra Nancy Pelosi, mujer liberal; John Lewis, negro veterano del movimiento de los derechos civiles, y Barney Frank, el único congresista abiertamente gay.

En el fondo, está en juego mucho más que el tema de la salud. Hay una brecha cada vez más honda entre dos países: el urbano, multiétnico, progresista y el rural, blanco, conservador. El primero está con Obama y el segundo, no sólo se le opone, sino que lo considera una amenaza.

Por ello, la pelea aún no está ganada. Hoy, las encuestas demuestran una alta oposición a la reforma. Un buen número considera que se trata de una intervención estatal excesiva, incluso “socialista”, como dicen los republicanos. Pero para un segmento nada despreciable, lo que no les gusta es que se cedió demasiado, en particular en relación con la opción pública.

Obama tendrá varios meses para revertir esas percepciones antes de las elecciones de noviembre, demostrando los inmensos beneficios que la reforma implica no sólo para los pobres sino para las clases medias y explicándoles a los más exigentes del ala izquierda que lo que se logró fue lo mejor posible.
Es normal que en las elecciones de mitaca, el partido en el poder pierda algunas curules. Pero en esta ocasión, la derecha va por todo. Movimientos fundamentalistas como el Tea Party están enfilando sus baterías, no sólo en contra de los demócratas sino contra los republicanos que acusan de ser demasiado de centro, como el propio John McCain, a quien le tocó pedirle a su vieja fórmula, Sarah Palin, heroína de la derecha, que lo apoye.

Por ahora, Obama y los demócratas tienen derecho a celebrar su hazaña. Pero tendrán ya mismo que ponerse las pilas para defenderse de la ira que han desatado en la América profunda por su histórica victoria.
danielgarciapena@hotmail.com