Opinión| 30 Mar 2010
Gracias a Piedad
Por: Cecilia Orozco Tascón
HOY EL PAÍS DEBERÍA HACERSE EL propósito de no volver a insultar a Piedad Córdoba.
Algún agradecimiento merece esta mujer por cuya terquedad y esfuerzo casi solitario, varios colombianos han recuperado su libertad. Aún admitiendo que a Córdoba se le ha ido la mano en ocasiones —sobre todo cuando entabla relaciones políticamente incorrectas—, un día sus críticos más feroces tendrán que reconocer que sacrificó buena parte de su tranquilidad, de su seguridad y de su prestigio por rescatar a los secuestrados de las Farc en contravía de un mandatario superpopular que la acosaba con sus intimidantes declaraciones. De acuerdo: la historia le cobrará a la guerrilla, más temprano que tarde, sus métodos cavernícolas. Pero esa realidad no eliminará la otra, la de quien teniendo las riendas del poder, solo entorpeció las posibilidades de regreso incruento de sus compatriotas. A estas alturas nadie se come el cuento de que el presidente Uribe “facilitó” las liberaciones o que “no se opuso” al acuerdo humanitario, como dijo hace unos días con desfachatez.
Pero volvamos al punto. A Córdoba se le ha dicho de todo; se la humilló por su raza y por su género. Se le enrostró su clase y se la discriminó por sus ideas. Hasta el liberalismo la ha hecho a un lado disimuladamente, porque se sintió incómodo en su compañía. Piedad no es perfecta. Ha cometido errores, unos de ellos como producto de su falta de cálculo político. Sin embargo, hay una tacha que no se le podrá repetir: la de que utilizaba las liberaciones para su provecho electoral. En efecto, muchos comentaron con desprecio que Córdoba abusaba con cinismo del dolor del secuestro.
Cuando haciendo eco de esa objeción, ella pidió que las liberaciones de Moncayo y Calvo se produjeran después del domingo de elecciones, le volvieron a caer. Aseguraron entonces que la congresista no tenía el derecho de atrasar el proceso. Malo porque remaba y malo porque dejaba de remar.
Pero la jornada de las votaciones terminó dándole la razón: ni uno de los políticos liberados con el concurso de la parlamentaria hizo campaña por ella, o siquiera pronunció una frase que indicara que había que ir a las urnas por la gestora de su libertad. Eduardo Gechem, Consuelo de Perdomo, Clara Rojas, Orlando Beltrán y Luis Eladio Pérez, todos liberados después del intenso trabajo de Piedad, adelantaron sus propias campañas y no dijeron nunca una palabra, antes de las elecciones, a favor de su benefactora. Todo lo contrario: pasaron a ser sus rivales en la batalla por la conquista de los votantes. Íngrid Betancur y su madre, Yolanda Pulecio, no la recuerdan para enviarle un simple saludo. Íngrid fue rescatada durante la operación Jaque. No obstante ¿cuánto tiempo llevaba la senadora acompañando a Yolanda de día y de noche?
Tampoco se le oyó un “voten por Córdoba” a Sigifredo López, ocupado en sus propios deseos electorales; o a Alan Jara, quien siendo el más grato, no movió más que el dedo meñique a favor de ella. Gloria Polanco tampoco dijo esta boca es mía… Ninguno sacrificó sus propios intereses por los de la parlamentaria liberal. ¡Ni siquiera el profesor Moncayo que aspiró a llegar al Congreso con el Polo y no con Piedad! ¿Dónde estaba, pues, el oportunismo que tanto se le endilgó a esta dirigente para atacarla? Gústenos o no, es gracias a la aguerrida senadora —y no a la Seguridad democrática— que unos cuantos colombianos viven de nuevo al lado de sus padres, esposas e hijos. ¡Qué pena, pero esa verdad no se puede ignorar!
Cecilia Orozco Tascón
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