Opinión| 30 Mar 2010
Salud a Obama
Por: Daniel García-Peña
CON LA REFORMA DEL SISTEMA DE salud, el presidente Obama logró lo que muchos antecesores habían intentado sin éxito.
Gracias a la nueva Ley, más de 32 millones de estadounidenses que no cuentan con ninguna clase de cobertura podrán por fin acceder a los servicios de salud. Así, Estados Unidos abandonará su poco honrosa posición como única potencia industrializada que no les brinda seguro de salud a sus ciudadanos. Su importancia se equipara a la Ley del Seguro Social de 1935 y la Ley de los Derechos Civiles de 1964, las más significativas reformas sociales del siglo XX. Obama cumplió su más importante promesa electoral y se anotó un gran éxito en su aún joven presidencia.
No fue nada fácil. A pesar de haberle dedicado más de un año a la conquista del apoyo bipartidista, ni un solo republicano votó a su favor y 34 congresistas de su propio partido votaron en contra. Tuvo que excluir el uso de dineros públicos para la realización de abortos, como concesión a los seis demócratas antiaborto. Al final, la votación fue reñida: 219 a favor y 212 en contra. Y el país se encuentra igualmente dividido.
El día de la tan esperada votación, centenares de manifestantes protestaron en frente del Capitolio, insultando a gritos a los congresistas demócratas que llegaban uno por uno a su trascendental cita. El simbolismo no pudo haber sido más fuerte: los mayores abucheos fueron contra Nancy Pelosi, mujer liberal; John Lewis, negro veterano del movimiento de los derechos civiles, y Barney Frank, el único congresista abiertamente gay.
En el fondo, está en juego mucho más que el tema de la salud. Hay una brecha cada vez más honda entre dos países: el urbano, multiétnico, progresista y el rural, blanco, conservador. El primero está con Obama y el segundo, no sólo se le opone, sino que lo considera una amenaza.
Por ello, la pelea aún no está ganada. Hoy, las encuestas demuestran una alta oposición a la reforma. Un buen número considera que se trata de una intervención estatal excesiva, incluso “socialista”, como dicen los republicanos. Pero para un segmento nada despreciable, lo que no les gusta es que se cedió demasiado, en particular en relación con la opción pública.
Obama tendrá varios meses para revertir esas percepciones antes de las elecciones de noviembre, demostrando los inmensos beneficios que la reforma implica no sólo para los pobres sino para las clases medias y explicándoles a los más exigentes del ala izquierda que lo que se logró fue lo mejor posible.
Es normal que en las elecciones de mitaca, el partido en el poder pierda algunas curules. Pero en esta ocasión, la derecha va por todo. Movimientos fundamentalistas como el Tea Party están enfilando sus baterías, no sólo en contra de los demócratas sino contra los republicanos que acusan de ser demasiado de centro, como el propio John McCain, a quien le tocó pedirle a su vieja fórmula, Sarah Palin, heroína de la derecha, que lo apoye.
Por ahora, Obama y los demócratas tienen derecho a celebrar su hazaña. Pero tendrán ya mismo que ponerse las pilas para defenderse de la ira que han desatado en la América profunda por su histórica victoria.
danielgarciapena@hotmail.com
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